Mercurio Sublimado (2012).
Su figura danzando entre
los árboles, me traía a la memoria pasajes que creía olvidados. En ellos
conocíamos el amor en su más simple expresión; adentrándonos en la inmensidad
de un bosque habitado por dríades. Perdidos los dos, sin brújula ni guía; sólo
nuestra inocencia. Éramos niños y, sin embargo, queríamos conocer más de la
vida, un poco más del bien y del mal. Un movimiento suyo y estoy paralizado, de
vuelta en nuestro mundo. La imagen se vuelve gloriosa, excitante... Me recuerda
a las Madonas que solía pintar en mi juventud, cuando daba rienda suelta a mi
arte, plasmando su figura con éxtasis en un lienzo vetusto, y mostraba mi obra
ya concluida a nuestras amistades. Cuán orgulloso e ingenuo, es que ella era la
niña bonita, la cual todos deseábamos. Sin embargo, lo único que conseguíamos
era llenar nuestras noches de adolescencia, fantaseando con su memoria. Quizás
el único afortunado fui yo, quien pudo pasar noches enteras compartiendo una
sola almohada... Al recobrar la conciencia y acercarme para acariciar una vez
más la suavidad de su piel, siento su cuerpo frío e inerte; cuerpo que, en un
descuido, en un instante en el olvido, se convirtió en piedra al caer la Aurora
de un nuevo día.
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