jueves, 11 de enero de 2018

CAPÍTULO I - UNA EXPEDICIÓN ARQUEOLÓGICA

Por mis venas corre la sangre de colonizadores puritanos, que llegaron a Norteamérica en 1620. Huían de la persecución en tierras británicas, por pensar que la Iglesia de Inglaterra había adoptado demasiadas prácticas de catolicismo. Aun así, fui bautizado de muy pequeño con el nombre de Pedro Sanders. Me parece admirable que ese grupo de místicos contestatarios tuviera el valor de llevar su cultura a territorios casi desconocidos para los europeos. Es por eso y otras razones, que me complace saber que soy el último de esa línea genealógica nacido en el Perú, que probablemente continuará con el linaje de esos memorables antepasados.

Mi salud fue la de un niño normal, aunque mi madre falleciera a la hora de alumbrarme. Fueron mi padre y abuelos quienes se encargaron de mi crianza. A pesar del dolor de la temprana pérdida, las heridas en el alma poco a poco fueron cicatrizando; ellos propiciaron un clima familiar favorable para la convivencia. Procuraron brindarme la mejor educación que estuvo a su alcance. Éramos una familia unida, y yo los amaba y respetaba con devoción sincera.

Grata fue la noticia cuando me anunciaron que había sido aceptado para seguir estudios superiores en la Pontificia Universidad Católica de Lima. No hablaré sobre mi formación académica para aligerar esta historia. Me las había arreglado para elaborar un perfil profesional que reuniera los requistos pedidos. Pasaría muy poco tiempo hasta que me avisaron que había obtenido el puesto de trabajo en una organización no gubernamental. Al parecer, mi hoja de vida estaba al nivel de la institución, y me ofrecían un sueldo atractivo para un jovencito que recién incursionaba en la vida laboral.

Algunos días después, me avisaron que viajaríamos al complejo aqueológico de Caral (al norte de la provincia de Lima), para participar en una expedición arqueológica. Debía ocupar la función como asistente de investigación en trabajo de campo. Tomé con agrado la propuesta, e hice lo posible para dejar todo arreglado y prepararme para el paseo. Luego, me despedí de mis familiares y me dispuse a emprender el corto viaje. Al llegar al lugar indicado, tuve que ponerme bloqueador solar para protegerme del cáncer a la piel, pues el clima es cálido en esa área geográfica. Pronto me di cuenta que ser antropólogo no era suficiente para saber cómo desenvolverse en el terreno. Por suerte, obtuve el apoyo de algunos miembros del equipo, quienes rápidamente me enseñaron la mecánica del trabajo.

La visión del atardecer del tranquilo arenal, que colinda con la playa en el litoral costero, era una verdadera delicia estética. Junto a un compañero de trabajo que recién conocía, nos separamos del grupo para descansar. Al rato, sentí un poco de hambre y se me ocurrió ir a buscar algo para comer. Saqué una caja de jugo y abrí una lata de conservas para alimentarme llenando así el estómago Me había alejado un poco del campamento. A los pocos minutos, escuché un sonido que me llamó la atención; una vibración que provenía de algún lugar entre las antiguas ruinas Caral.

Miré alrededor y vi un objeto pequeño que reverberaba a unos cuantos pasos, me acerqué y lo recogí. Parecía tratarse de un artefacto de metal. Lo toqué y los vellos de la nuca se me erizaron. Ignoraba cuánto tiempo había pasado. El corazón me latía agitadamente, por el temor y la altura. ¿Dónde se encontraría  mi compañero? ¿Por qué me había abandonado a mi suerte? Estas preguntas me provocaron una angustia profunda, al no saber qué ocurriría conmigo en ese inhóspito territorio. Asumí que mi compañero se había ido y me encontré perdido entre el desierto con la sensación de una extraña soledad.

Examiné el misterioso objeto a la luz del encapotado cielo. La escritura grabada en la pantalla del mecanismo no parecía a ninguna conocida. Al presionar mi pulgar el botón, no se encendió ninguna señal. De mala gana traté de atravesar a la fuerza el artefacto con un abrelatas. A pesar de lo liviano que parecía ser, opuso resistencia al metal, como si tuviera que vérmelas con un bloque de acero. El abridor se torció hacia un lado, mientras el objeto no tuvo ni un simple rasguño. Probé apretando el pulgar derecho sobre el círculo en la pantalla. Tal como esperaba se encendió con un sonido metálico.

El extraño artefacto proyectó una imagen que se materializó lentamente, aunque en mi estado de excitación apenas reparé en ello. Una mujer cubierta con una ligera túnica parecía necesitar ayuda. La proyección se interrumpió y la imagen se desvaneció en el aire frío. Me quedé helado cuando observé en el monitor la fecha del mensaje. Había sido grabado el 2 de abril de 1.640. Curiosamente, el día en que esto acontecía también era un 2 de abril. Por unos minutos, empecé a sollozar, mas luego me di una sacudida y comprobé que no soñaba; que en mis manos tenía una mensaje; que había llegado a destino más de trescientos cincuenta años después de haber sido enviado.
Aun ahora recuerdo con tristeza cada palabra del mensaje:
…Por cuanto he dejado demostrado que el Padre es un mito inventado por Mikhal con el objeto de retener el gobierno de Hemera en el nombre del Padre para imponer el fraude sobre toda la creación, puesto que nunca ha vuelto trayendo una idea muy clara de la personalidad auténtica del Padre tal como se la discierne en el Paraíso; estoy dispuesto a reconocer a Mikhal como mi Padre Creador, pero no como mi Dios y gobernante legítimo…
Declaración de Libertad de Laezrel, Soberano Absoluto del Sistema Hemera.
Proyecté el mensaje dos veces más, y mientras lo hacía, me iba sintiendo más intranquilo. No sabía de cuánto tiempo disponía antes de que oscurezca, pero quizá lograría encontrarme con los demás miembros del equipo de trabajo. Invadido por la inquietud seguí caminando hasta el cansancio. Me puse las botas y la camisa, recogí la mochila y apagué la fogata. Tenía la sensación de ser observado, una sensación bastante incómoda. Había perdido mi sentido de orientación.

¿Acaso no eran sus intenciones que conservara el extraño artefacto?  De todos modos, todavía me quedaba la brújula para guiarme. Ella me auxiliaría. Pero al tomar la mochila y buscar ¡Empezaba una ventisca que pronto acabaría conmigo! El polvo se levantaba por el aire seco y me cegó la visibilidad. Por primera vez después de haber hecho el hallazgo caí en crisis. La brújula había sido mi ancla, mi apoyo, algo en que confiar. De pronto, se escuchó un ruido intenso: indudablemente mi propia voz, que estalló en un alarido repentino y asustado que siempre recordaré con humillación.

Momentos después salí corriendo como un niño desesperanzado. Ya no recuerdo cuánto tiempo corrí. Quizá durante algunas horas, quizá sólo unos minutos. Muchas veces tropecé o caí, y los rayos del astro rey herían mi visibilidad.  De repente salió la luna e iluminó la pendiente con su débil luz. Caí al suelo exhausto deseando intensamente que nada de esto hubiese ocurrido. Entonces anhelaba más que nunca volver a mi rutina habitual en mi cómodo departamento en la capital.

Por primera vez en mi vida había sentido un miedo incontrolable, al que me había sometido por completo, como a una fuerza a la que no puede ofrecérsle ninguna resistencia. Debía cuidarme de este poder. Miré a mí alrededor y distinguí la árida meseta rocosa sobre la que había instalado mi campamento, y las cenizas del fuego. Había regresado al campamento.

La tierra bajo mis pies empezó a agitarse. Una presión contra mis músculos doloridos y el cuerpo bañado en sudor hacían más dramática la situación. Me consolaba pensar que era algo positivo sentir dolor, eso me indicaba que aún estaba vivo y con fuerzas para seguir luchando para encontrar el camino de regreso a casa. Al mismo tiempo me pareció que algunas piedras empezaron a desmoronarse de las milenarias construcciones. No estaba seguro que estas percepciones fueran reales después de todo. Aunque esas  imágenes se quedarían estremecedoramente grabadas en mi memoria.

Luego pude observar que un destello luminoso palpitaba en el cielo nocturno cerca de los vestigios arqueológicos. Debía mantenerme calmado y seguir caminando, con mi mochila y el misterioso artefacto dentro de ella. El recuerdo de la bella mujer del holograma repercutía en mi mente. Después de unos minutos sentí como si fuera devorado vertiginosamente por un agujero en el cielo y no supe más.