jueves, 26 de marzo de 2015

LUNES 3:00 P.M.

Corazones En El Sepulcro (2013)



And you never knew
how much I really liked you,
because I never even told you
oh, and I meant to
Are you still there...?

Back to the Old House - The Smiths

---Aló.
---Aló, ¿se encuentra Marcela? Por favor.
---Sí, soy yo. ¿De parte de quién?
---Hola Marcela. ¿Qué tal? Te saluda Pablo Valcárcel, tu amigo de La Aurora. Te acuerdas de mí, ¿no?
---¡Ah... Pablo! ¿Cómo estás? ¿Qué ha sido de tu vida?
---Ahí bien. Estoy estudiando filosofía en la San Marcos. Quiero ser maestro. Dediqué unos años a escribir poesía y algunas veces he intentando tocar con un grupo de amigos. Nada muy interesante, como verás.
---Me encanta la poesía ¿Qué clase de poesía?
---Un tanto depresiva. Dime, Marcela ¿Te gustaron las flores?
---¿Qué flores?
---¿Recuerdas un 14 de febrero día de San Valentín...?
---¡¿...Fuiste tú?! Yo pensé que había sido mi enamorado.
---Háblame de ti.
---Mmmm. ¿Qué te puedo decir? Estoy terminando mi carrera de psicología y pienso hacer un postgrado en Australia. Hace poco que he entrado a trabajar a un casino. No me va mal. Como ves, mi vida tampoco es muy interesante.
---¿Cuándo nos vemos? Hace ya tanto tiempo desde la última vez... ¿Piensas ir al concierto de Foreigner?
---No creo, tengo que estudiar. ¿Por qué no vienes a visitarme?
---Claro. Tú dirás cuándo.
---El lunes a las tres de la tarde.
---Muy bien, entonces el lunes estoy a esa hora por tu casa.
---Ok. Adiós, Pablo.
---Adiós, Marcela. Hasta entonces.


Así concluyó la conversación telefónica más larga y reconfortante que había sostenido alguna vez con una linda chica. Un rato más tarde, pintado con plumón rojo en el espejo de la pequeña salita de estar, resplandecía un corazón que en su interior decía: Lunes 3:00 P.M.

II

Al ingresar a una tienda de mascotas de la Av. Conquistadores, recordaba mis años de infancia en La Aurora, cuando era feliz, jugando con el perrito faldero “Pelé”, coleccionando peces de acuario, criando hámsters y otros animales. Fue entonces cuando nos conocimos y nos hicimos buenos amigos, porque ya ambos teníamos algo en común: el amor por la naturaleza.

Entre cuatro paredes de vidrio, un gracioso roedor, revoloteaba en su rueda. Su piel era color caramelo; y su cabellera, larga y sedosa. Esa imagen despertó en mí una ternura que hasta entonces creía olvidada.

---¿Que precio tiene este machito? ---pregunté a una señora de anteojos con aspecto de bióloga o veterinaria.
---Sabes, estos animalitos requieren de ciertos cuidados especiales. ---respondió la señora un poco desconfiada. ---¿Conoces las reglas?
---No se preocupe, ---dije para tranquilizarla ---hace mucho que he tenido hámsters.
---Bueno, entonces te lo encomiendo ---dijo la vendedora. ---Sé que contigo estará en buenas manos.

Lo que más me atraía de mi nuevo amiguito era su docilidad. En los pocos días que estuvimos juntos traté de darle todo mi afecto y cariño. Lo acostumbré a vivir fuera de su jaula y libre. Sólo lo encerraba para dormir o cuando iba a hacer sus necesidades. Porque estos roedores -en contra de lo que cualquiera puede pensar- suelen ser muy higiénicos. Sin embargo, tenía que pasar por alto las protestas de mi madre, quien le tenía cierta aversión y solía decir que estos “ratoncitos” se comían la ropa. En verdad, sentía como si debiera responsabilizarme por el cuidado de un infante, pero la diferencia era que éste parecía ser diez veces más rápido y listo que cualquier otro.

---Te llamarás Pichino--- le dije, solemnemente besando la suavidad de su piel.

III

Mi familia acostumbraba pasar los domingos en casa de mi hermana, ubicada en la zona residencial de Los Cedros de Villa. En cierta ocasión, después de almorzar, cuando mis sobrinas ya habían hecho su presentación de canto, danza y teatro; tuve una conversación con mi amiguita Andrea (quien a sus quince años era muy precoz y entendida en asuntos del corazón). Durante la plática, saqué a relucir la gloriosa conversa telefónica que había sostenido con la chica de la cual creía haberme enamorado hacía ya tanto tiempo -con la inocencia de un niño de trece años que recién despierta a los misteriosos caminos de la adolescencia, y a quien al poco tiempo perdería, al mudarse ella a otro vecindario.

---Me parece que conozco a esa chica. ¡Es linda! Yo la he visto en el casino--- dijo Andrea entusiasta y luego hizo una breve descripción de la susodicha.
---Definitivamente se trata de la misma persona. ¿Y ahora que se supone que debo hacer?--- pregunté sorprendido y confundido al mismo tiempo.
---Sigue estos sabios consejos y no te arrepentirás--- dijo Andrea con voz de vieja. Me recordó a una pitonisa de esas que predicen el futuro. ---Presta mucha atención. Primero búscate un lazo rojo y colócaselo al hámster que quieres regalarle. Segundo: escribe un poema pensando en ella.
---¿Y tercero? ---pregunté con ansiedad.
---El tercer consejo está dentro de ti---- dijo Andrea misteriosamente y ése fue el fin de la conversación.

Más tarde, mi hermano político Alfredo me preguntó:
---¿Por qué no estas yendo a trabajar?
---En estos días me he sentido un poco indispuesto, Alf--- respondí de mala gana, ---creo que tengo alergia a ese tipo de trabajos. En esa compañía de yankees los gerentes son unos explotadores y el personal administrativo son una sarta de incapaces, de ineptos. Y eso de que una chica sea mi jefa, un poco que hiere mi orgullo. Mañana tengo una cita con una vieja amiga y por ningún motivo pienso faltar.
---Escúchame, cuñadito--- dijo Alf ---. Anda a trabajar. Si no vas el lunes es muy probable que te despidan. Hazme caso, en este tipo de compañías es así. Primero empiezas desde abajo y luego te van ascendiendo.
---En verdad, no sé qué decirte--- dije disconforme. ---Creo que voy presentar mi carta de renuncia y dejar mi curriculum vitae a la compañía de la competencia.
---No vayas a la cita--- dijo Alf, tratando de convencerme. ---Las chicas son básicamente todas
iguales. Con plata en el bolsillo, cualquiera truena los dedos y solitas vienen una por una en fila.
---Voy a pensarlo--- respondí para complacerlo.

IV

En la mañana del lunes, me desperté inquieto. El tercer consejo me había dejado pensando.

Preparé a mi amiguito el roedor, con un vistoso lazo rojo y unas gotas de mi colonia. Busqué en el guardarropa uno de mis mejores trajes y me arreglé como el chico yuppie que nunca había sido. ---Qué dirían mis amigos si me vieran haciendo estas cosas--- me decía a mí mismo. ---Seguramente sería la burla del vecindario. Me sentía ridículo haciendo ese tipo de cosas. En tres minutos, compuse el poema más pobre y alborotado de todos los que jamás había escrito. De aquel apurado poema, en verdad ya ni me acuerdo. La idea más o menos divagaba en algo por el estilo:

Adolescentes, tímidos y enamorados,
nuestros caminos estarán entrelazados
o seguirán siendo caminos cruzados
nuestros ojos serán encontrados.

Allí estaba el hámster bien coquetón, con su lazo rojo y perfumado. Parecía marica el pobrecito.

No me hubiera gustado estar dentro de su pellejo. Lo observaba y me reía de mí mismo. ---¿Cómo puedo ser tan cursi?--- me decía. Después de todo, Alfredo podría tener razón con lo de las chicas. Y además, estaba corriendo el riesgo de ser despedido de un trabajo en el cual había depositado muchas expectativas. Mientras tanto, el tercer consejo me tenía envuelto en cavilaciones. Y la noche anterior casi no había dormido. ¡Todo lo que un cretino tiene que hacer en nombre del amor!

---¿Que puede ser aquello que está dentro de mí?--- pensé. ---¿Acaso no es aquello que está dentro de mí lo que más amo? ¿Y qué es lo que más amo? ¿Será acaso aquello sin lo que no puedo vivir? ¿Hipótesis, conjeturas, meras cojudeces? Allí debe estar la respuesta. Piensa Edipo, o la esfinge de tu curiosidad te va a hacer mierda. Analízate, cuestiónate. Tú que crees conocerte tanto, ¿qué te dicta la voz de tu conciencia? ¿Acaso no eres un melómano empedernido? Efectivamente, sin la música no eres nada. Podrías vivir privado de todo, pero preferirías morir a quedarte sin tu música. ¡Eureka!

Busque entre mis cintas alguna respuesta. Sólo encontraba cintas de bandas como Metallica o Sepultura, las cuales había estado oyendo en esos meses en que mi espíritu se vestía de negro. Entre éstas, hubo principalmente dos que me dieron la pista que tanto buscaba. ¡Y vaya qué pista! Eran dos bandas británicas que fueron mis pilares musicales por varios años. La primera era The Smiths, el álbum era el Louder Than Bombs, una recopilación que hizo historia en la segunda mitad de la década de los 80s (con la voz aterciopelada de Morrissey, el poeta de los adolescentes). La segunda era Cocteau Twins, los pioneros de la música etérea, con su álbum más romántico, sensual y vaporoso -Heaven Or Las Vegas, que incluía mi tema favorito, “I Wear Your Ring”. Bonito fondo musical para una noche de romance. Sutil, pero convincente.

Eran cerca de las tres de la tarde del lunes y me dirigía hacia Valle Hermoso. Con el roedor y su lazo rojo entre mis manos, un poema estúpido, dos de mis cintas más queridas y mi amor reprimido por más de diez años; dispuesto a declararme o morir en el intento.
---Es ahora o nunca--- me dije. ---Ya es suficiente, me tengo que sacar este clavo.

Al llegar a la casa que empezaba a recordar, con la puntualidad inglesa que me caracteriza, me sentía como un maniquí de feria. Me paré frente a la puerta, respiré profundamente y toqué el timbre. Para mi sorpresa, Marcela no abrió la puerta, como había esperado. Una empleada domestica, con cara de buena gente, acudió a mi llamado.

---Hola. ¿Se encuentra Marcela?--- pregunté un poco nervioso.
---No, ha salido con su exnovio hace cinco minutos--- respondió la muchacha.
---¡Pero cómo, si ella me dijo que viniera a las tres!--- exclamé desconcertado.
---Pero si desea puede pasar--- invitó la sirvienta.
Me preguntaba que habría pensado la chica al verme ahí parado tieso como una estatua y con un pericote entre las manos.
---¿Dónde puedo dejarle estas cosas?--- pregunté confundido.
---Por allá en la sala de estar--- respondió la chica y me condujo hacia ella. Dejé el hámster dentro de su caja y me quedé con las cintas y el poema ridículo.
---¿Quieres que le deje algún recado?--- preguntó la sirvienta diligentemente.
---Bueno, sí. Sólo dile que vine a la hora que habíamos quedado y que le dejé un pequeño presente--- contesté perturbado, y luego me despedí y abandoné la casa. 

Al cruzar el umbral de la puerta, eché una mirada al cielo de Valle Hermoso, suspiré y exclamé resignado:

---¡Todo lo que le púede suceder a uno por falta de ex...periencia!


San Borja, Junio de 1997

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