Tarod, un muchacho con unas capacidades mágicas excepcionales,
es llevado junto a los sacerdotes de Aeoris (el supremo dios del Orden), donde
es instruido y aprende a dominar sus poderes. Pasados los años, Yandros, la
personificación del Caos se le aparece, revelándole que su destino es ser
el vehículo que traerá de nuevo el Caos al mundo.
Los sacerdotes de Aeoris -frente a la nefasta
revelación de la auténtica naturaleza de Tarod- deciden ejecutarlo. El joven se
las ingenia para viajar (en el instante en que la espada del verdugo se cierne
sobre su cabeza), hasta el mismo foco del Tiempo, donde consigue detener
su paso. Tarod se encuentra encerrado entonces en un limbo del que no puede
escapar.
Al regresar el transcurrir del Tiempo, Tarod -aún no
resignado con su terrible destino- decide presentarse ante el mismo Aeoris, quien le condena por ser una abominación del
Caos. Entonces, le será revelada su verdadera naturaleza, que precipitará el
enfrentamiento de las fuerzas del Orden y del Caos.
El Señor Del Tiempo es una trilogía compuesta por El
Iniciado (1985), El Proscrito (1986) y El Orden Y El Caos (1987). La serie tiene
su raíz en una novela previa de Cooper, Lord Of No Time.
Probablemente
uno de los elementos más me atractivos de El
Señor Del Tiempo es que, a diferencia de otras sagas, Louise Cooper no
presenta una lucha dicotómica entre buenos y malos. Aunque a lo largo de casi
toda la historia los personajes parezcan empeñados en tomar partido y defender
lo contrario, el mensaje de fondo es que el bien y el mal, la luz y la
oscuridad, el orden y el caos… son fuerzas antagónicas y en permanente
conflicto, enfrascadas en una lucha constante en la que no debería haber
vencedores ni vencidos. Cada una de ellas no tiene sentido sin la otra, y es
necesaria su coexistencia para lograr el equilibrio en la realidad.
Tarod resulta ser
un personaje deslumbrante, por su lealtad, por su valor, por su integridad… sin
que todo ello le convierta en el típico héroe mojigato. Todo lo contrario: perseguido
injustamente por una sociedad obtusa y conservadora, Tarod encaja mejor en el
arquetipo de antihéroe. Empeñado en seguir su propio criterio, casi nunca toma
la decisión correcta, con frecuencia cede a sus impulsos más viscerales y no le
tiembla el pulso a la hora de mancharse las manos de sangre, (aunque no siempre
sea imprescindible hacerlo). Mas a pesar de todo, y por muchos errores que
cometa, es realmente difícil no empatizar con este personaje, cuya principal característica
es su firme voluntad para hacer lo correcto, cueste lo que cueste.
Y es que
posiblemente el punto fuerte de Cooper sea que sabe dotar de carisma a sus
personajes, algo que no solo se refleja en Tarod. Yandros, Cyllan o incluso
Keridil, con todas sus debilidades, son buenos ejemplos. Las largas
disertaciones sobre las inquietudes y pensamientos de cada personaje ayudan a
comprender sus motivaciones, pero a la vez ralentizan el ritmo. Quizá este sea
uno de los motivos por los que saga no goza de la popularidad que en mi opinión
se merece. No me cabe duda de que si fuesen más actuales, ya estaríamos viendo
las pruebas de casting para su adaptación al cine o la televisión.
Cabe destacar que la complejidad de los personajes
resulta un tanto artificial, ya que no se nos muestra a través de sus discursos
y sus acciones, sino que se nos revela con pelos y señales por medio de sus
pensamientos. Vulnera así un principio fundamental de la buena literatura, que
debe exponer antes que explicar. Los conflictos que nos presenta son a menudo
muy simples (aunque ocupen páginas y más páginas de monólogo interior). Por
añadidura, en El Iniciado se producen
unas transiciones demasiado bruscas y poco fundamentadas entre los sentimeintos
de amistad (e incluso de amor) y odio.
Existe un fallo de base en el planteamiento. Se nos
explica que el exceso de Orden es pernicioso, pero nada de cuanto leemos nos
mueve a corroborar esta afirmación. El mundo descrito es perfectamente normal
(con sus pequeñas mezquindades). Se supone que está sumido en el estancamiento,
pero la autora está demasiado ocupada con la trama para aportar pruebas de
ello. Es decir, convierte la originalidad del planteamiento en una mera excusa,
así que la sublectura sobre la virtud del equilibrio resulta igualmente
artificial y forzada.
La trilogía de El
Señor Del Tiempo es un producto de su época: Literatura juvenil, con una
profundidad y calidad superiores a la media. Sin embargo, Cooper no se atrevió
a dar el paso definitivo que la hubiera convertido en un referente dentro de la
fantasía. Resulta pues una lectura entretenida, recomendable por el tomo de El Proscrito, pero jamás imprescindible
(a no ser que te sientas atraído por el fenómeno de las sagas ochenteras). Se ha
visto perjudicada por la ínfima calidad de muchas de las aportaciones
posteriores que, tomándola como modelo, han abusado de sus hallazgos
estilísticos y argumentales.
El mérito de Louise Cooper radica en saber aprovechar las
convenciones de la fantasía épica en su propio beneficio, elaborando tramas que
son algo más complejas de lo que suele ser habitual en el subgénero. Sus
novelas son mucho más introspectivos que los de sus compañeros de estantería,
centrados en un solo personaje (dos a lo sumo) y prestando mucha atención a sus
motivaciones y pensamientos. En el caso de El
Señor Del Tiempo, subyace el concepto filosófico del punto medio como eje
motor de la historia, y aunque en la ejecución de estas buenas intenciones no
siempre alcanza el éxito, su vocación por dotar de profundidad al relato es
encomiable.
Jorge Antonio Buckingham
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