lunes, 1 de junio de 2015

EL SEÑOR DEL TIEMPO, DE LOUISE COOPER: EL INTENSO CONFLICTO ENTRE FUERZAS ANTAGÓNICAS

Tarod, un muchacho con unas capacidades mágicas excepcionales, es llevado junto a los sacerdotes de Aeoris (el supremo dios del Orden), donde es instruido y aprende a dominar sus poderes. Pasados los años, Yandros, la personificación del Caos se le aparece, revelándole que su destino es ser el vehículo que traerá de nuevo el Caos al mundo.
Los sacerdotes de Aeoris -frente a la nefasta revelación de la auténtica naturaleza de Tarod- deciden ejecutarlo. El joven se las ingenia para viajar (en el instante en que la espada del verdugo se cierne sobre su cabeza), hasta el mismo foco del Tiempo, donde consigue detener su paso. Tarod se encuentra encerrado entonces en un limbo del que no puede escapar.
Al regresar el transcurrir del Tiempo, Tarod -aún no resignado con su terrible destino- decide presentarse ante el mismo Aeoris,  quien le condena por ser una abominación del Caos. Entonces, le será revelada su verdadera naturaleza, que precipitará el enfrentamiento de las fuerzas del Orden y del Caos.
El Señor Del Tiempo es una trilogía compuesta por El Iniciado (1985), El Proscrito (1986) y El Orden Y El Caos (1987). La serie tiene su raíz en una novela previa de Cooper, Lord Of No Time.
Probablemente uno de los elementos más me atractivos de El Señor Del Tiempo es que, a diferencia de otras sagas, Louise Cooper no presenta una lucha dicotómica entre buenos y malos. Aunque a lo largo de casi toda la historia los personajes parezcan empeñados en tomar partido y defender lo contrario, el mensaje de fondo es que el bien y el mal, la luz y la oscuridad, el orden y el caos… son fuerzas antagónicas y en permanente conflicto, enfrascadas en una lucha constante en la que no debería haber vencedores ni vencidos. Cada una de ellas no tiene sentido sin la otra, y es necesaria su coexistencia para lograr el equilibrio en la realidad. 

Tarod resulta ser un personaje deslumbrante, por su lealtad, por su valor, por su integridad… sin que todo ello le convierta en el típico héroe mojigato. Todo lo contrario: perseguido injustamente por una sociedad obtusa y conservadora, Tarod encaja mejor en el arquetipo de antihéroe. Empeñado en seguir su propio criterio, casi nunca toma la decisión correcta, con frecuencia cede a sus impulsos más viscerales y no le tiembla el pulso a la hora de mancharse las manos de sangre, (aunque no siempre sea imprescindible hacerlo). Mas a pesar de todo, y por muchos errores que cometa, es realmente difícil no empatizar con este personaje, cuya principal característica es su firme voluntad para hacer lo correcto, cueste lo que cueste.

Y es que posiblemente el punto fuerte de Cooper sea que sabe dotar de carisma a sus personajes, algo que no solo se refleja en Tarod. Yandros, Cyllan o incluso Keridil, con todas sus debilidades, son buenos ejemplos. Las largas disertaciones sobre las inquietudes y pensamientos de cada personaje ayudan a comprender sus motivaciones, pero a la vez ralentizan el ritmo. Quizá este sea uno de los motivos por los que saga no goza de la popularidad que en mi opinión se merece. No me cabe duda de que si fuesen más actuales, ya estaríamos viendo las pruebas de casting para su adaptación al cine o la televisión.

Cabe destacar que la complejidad de los personajes resulta un tanto artificial, ya que no se nos muestra a través de sus discursos y sus acciones, sino que se nos revela con pelos y señales por medio de sus pensamientos. Vulnera así un principio fundamental de la buena literatura, que debe exponer antes que explicar. Los conflictos que nos presenta son a menudo muy simples (aunque ocupen páginas y más páginas de monólogo interior). Por añadidura, en El Iniciado se producen unas transiciones demasiado bruscas y poco fundamentadas entre los sentimeintos de amistad (e incluso de amor) y odio.

Existe un fallo de base en el planteamiento. Se nos explica que el exceso de Orden es pernicioso, pero nada de cuanto leemos nos mueve a corroborar esta afirmación. El mundo descrito es perfectamente normal (con sus pequeñas mezquindades). Se supone que está sumido en el estancamiento, pero la autora está demasiado ocupada con la trama para aportar pruebas de ello. Es decir, convierte la originalidad del planteamiento en una mera excusa, así que la sublectura sobre la virtud del equilibrio resulta igualmente artificial y forzada.

La trilogía de El Señor Del Tiempo es un producto de su época: Literatura juvenil, con una profundidad y calidad superiores a la media. Sin embargo, Cooper no se atrevió a dar el paso definitivo que la hubiera convertido en un referente dentro de la fantasía. Resulta pues una lectura entretenida, recomendable por el tomo de El Proscrito, pero jamás imprescindible (a no ser que te sientas atraído por el fenómeno de las sagas ochenteras). Se ha visto perjudicada por la ínfima calidad de muchas de las aportaciones posteriores que, tomándola como modelo, han abusado de sus hallazgos estilísticos y argumentales.

El mérito de Louise Cooper radica en saber aprovechar las convenciones de la fantasía épica en su propio beneficio, elaborando tramas que son algo más complejas de lo que suele ser habitual en el subgénero. Sus novelas son mucho más introspectivos que los de sus compañeros de estantería, centrados en un solo personaje (dos a lo sumo) y prestando mucha atención a sus motivaciones y pensamientos. En el caso de El Señor Del Tiempo, subyace el concepto filosófico del punto medio como eje motor de la historia, y aunque en la ejecución de estas buenas intenciones no siempre alcanza el éxito, su vocación por dotar de profundidad al relato es encomiable.

Jorge Antonio Buckingham 

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